El centro de estudios Cristianisme i Justícia publica hoy su reflexión de Fin de Año. Lo hace, en esta ocasión, utilizando la metáfora de los zahoríes, las personas capaces de localizar corrientes y pozos de agua subterránea, y nos propone aprender a detectar y hacer visibles corrientes ocultas de vida y sentido en un contexto social y político dominado por el desánimo. El texto reconoce que cerramos 2025 con la sensación predominante de que ha sido un año peor que los anteriores, pero rechaza que el diagnóstico conduzca a la resignación: invita a seguir en movimiento y a no aceptar el discurso del “no hay alternativa”, un discurso interesado que busca “matar la esperanza y volvernos aún más temerosos y desconfiados, unas bestias especialmente egoístas y peligrosas”.
Cristianisme i Justícia identifica al final de este 2025 indicios objetivos para estar preocupados: fragilidad y ruptura de consensos básicos para la supervivencia humana, con avances insuficientes ante el cambio climático y un negacionismo creciente; replanteamiento de tratados sobre armamento y presión para aumentar el gasto militar; descrédito de organismos multilaterales; o cuestionamiento de la democracia mientras crecen las opciones autoritarias. El texto denuncia también la pasividad de la comunidad internacional ante la muerte de miles de personas en Gaza, Sudán, Nigeria, Mali u otros lugares, mientras consensos sobre derechos fundamentales —como el derecho al refugio— quedan subordinados a políticas abiertamente racistas y xenófobas.
En este contexto desolador, la propuesta central del documento es aprender a buscar esperanza allí donde no se suele mirar. La declaración llama a ejercer de “zahorí” y señala cuatro ámbitos donde pueden encontrarse alternativas a ese futuro que parece escrito.
Propone así explorar la veta de la tradición leída sin nostalgia y con sentido crítico, en la que pueden hallarse elementos fundamentales para el alma humana sobre el modo de tratar al hermano, sobre la bondad y la maldad; elementos que siguen inspirando y resonando con fuerza. En segundo lugar, reivindica los espacios celebrativos, que rompen la linealidad alienante que pretende homogeneizar la vida y permiten descubrir dimensiones personales y comunitarias como la gratuidad, la alegría, el compromiso compartido o el sentido de vivir.
En el arte y la cultura, aunque no escapan al utilitarismo ni a las dinámicas del mercado y el consumo, percibe un espacio de conmoción ante la belleza y de búsqueda espiritual. Y, por último, encuentra una corriente que conviene visibilizar en la vida misma: la solidaridad discreta, de cuidados, acogida y compromiso social, que no suele ocupar titulares, pero sostiene una realidad más humana.
A menudo —dice el texto— son corrientes subterráneas que no merecen la atención de los medios ni de los influencers, pero esta agua de la vida cotidiana empapa toda una realidad invisible que es necesario hacer, cada vez, más visible.
Podéis encontrar el texto completo aquí: